LIBERTAD: LA BÚSQUEDA IMPLACABLE DE UN SIMIO

Por: Diego Huerta 9ºA

¿Podemos considerar la libertad igual para todos? Cada uno de los seres vivos en el planeta tiene una dignidad y libertad que los acompaña. Sin embargo, dependiendo de qué especie son, de dónde y cómo nacen, su dignidad y libertad pueden limitarse. Tenemos el ejemplo que va desde mascotas que son tratadas como hijos, rodeadas de cariño y cuidados dentro de una familia, hasta gallinas criadas en granjas avícolas con pésimas condiciones, sólo para ser llevados hasta la boca del ser humano.

Lo mismo se pregunta el protagonista del libro, Yo Simio, de Sergio Gómez, un simio que nos cuenta su historia dentro del zoológico, lejos de donde pertenecía, encerrado tras las rejas como si fuese un criminal. Donde creció pensando qué incidente tan terrible había cometido como para merecer tal castigo. Le quitaron su identidad y su dignidad, no tenía derechos ni tampoco libertades, solo por el hecho de ser un simio. Incluso se cuestionaba quién era realmente.

Simio podía observar algunas diferencias físicas con las personas, “podía reconocer algunas diferencias físicas por mi parte: mis largas manos, mi cuerpo cubierto de pelos…”, sin embargo, sentía que eran detalles sin mayor importancia, y que en el fondo, no era distinto de los guardias que cuidaban de él o de las personas que caminaban a su lado en el zoológico. Él creía que era como uno de ellos, que era uno más, no obstante, esas diferencias si eran relevantes para los guardias, por algo era el Simio el encarcelado y no el hombre, era el Simio quien estaba privado de libertad.

Mientras los guardias limpiaban su celda, Simio sin pensarlo dos veces se escapó, en un precipitado intento por ser libre. Pero, ¿Qué es la libertad realmente?, ¿Será la capacidad de no depender de algo o alguien, o simplemente es ser uno mismo? Tal vez es sólo poder ser como los demás, tener los mismos derechos. Puede que no haya una respuesta a estas interrogantes, pero para Simio, ser libre significaba salir de esa horrible prisión. Ya después de un fallido escape, Simio sabía que no pertenecía a esa jaula. “Por primera vez deseé con todas mis fuerzas convertirme en un simio libre”.

Simio nunca había conocido lo que era un acto desinteresado, hasta que conoció a M., una muchacha que termina ayudándolo a escapar nuevamente del zoológico. En el periodo de tiempo en que M. visitaba su celda, para Simio fue muy importante, ya que experimentó distintos sentimientos que nunca antes había sentido, tales como el amor, la empatía, la libertad, entre otros. Simio siempre se preguntaba, ¿Por qué será que algunas personas tienen actos altruistas?, pero nunca pudo entender por qué.

Luego de escapar, Simio llega a la plaza central, donde aprende acerca de las personas, observando desde su árbol. Convivió con un grupo de mendigos que parecía que fuesen libres. Ellos solamente comían, dormían y tomaban sol. Una de las primera cosas que se dio cuenta Simio fue que la mayoría de la gente prácticamente corría, gente acelerada sin tiempo para observar nada. Eran los niños los que se paraban a observar. “Los niños eran los únicos que observaban a su alrededor”. Eso también pasa hoy en día, la gente no observa, se distrae, no se sorprende y no disfruta de los momentos, desaprovechándolos para luego estar arrepintiéndose cuando viejos por no haber admirado las pequeñas cosas de la vida.

Finalmente, Simio comienza como jardinero en la casa de la señora Dama, donde con el paso de los años comienza a madurar y a percibir las cosas de manera distinta, hasta que termina siendo un mayordomo, teniendo la vida de un humano, tal y como él la quiso. El no es el mismo, encontró su libertad y su felicidad. “Vuelvo a ser feliz, ahora soy otro, un buen hombre o un buen simio, da lo mismo”. Para poder alcanzar la libertad, Simio debió actuar como un hombre y ese fue el camino que tuvo que recorrer porque la libertad no es igual para todos.